La escena no tiene ninguna importancia sino fuera porque esta nena es síndrome de Down y rápidamente pensé en la importancia que va a tener en su vida la intención de hacer cosas por sí misma. Me dieron ganas de decirle a la mamá lo grande que puede llegar a ser una persona con independencia de lo importante que sea su discapacidad, que todos nosotros maduramos con las experiencias aunque tardemos algo más de tiempo en conseguirlo, que tenemos que dar oportunidad de aprender en cualquier actividad cotidiana de la vida y que el error no debe ser interpretado como fracaso.
Durante el trayecto la niña y yo nos hicimos cómplices con la mirada y antes de llegar a Cardenal Cisneros se había sentado a mi lado. Después de preguntarle su nombre y los años que tenía, el colegio al que iba y algunas cosillas más, le volví a dar la botella de agua con el tapón puesto. Deseó abrirla de nuevo, le animé a que siguiera intentándolo, miró a su madre, que por cierto no perdía de vista a su hija ni un momento, y después de varios ensayos lo consiguió sola.
He llegado a la Yutera, he ido directamente al despacho que allí tengo, y casi sin saber cómo, he escrito este pequeño cuento que se le dedico a Sonia, porque así se llama esta niña. En realidad se lo dedicó a todas las Sonias del mundo, porque me gustaría que algunas cosas cambiasen con respecto a las personas que tienen alguna limitación.
“En todos los bosques hay mariposas apresadas. Mariposas que teniendo alas para elevarse no pueden hacerlo. Necesitan de los demás para poder agitar sus preciosas alas. Los habitantes del bosque con frecuencia piensan que no hay nada que hacer, que la suerte está echada de antemano. Son nativos de la floresta que están bien considerados en su sociedad, bien posicionados económicamente y especialmente con un tiempo de dedicación casi exclusivo a su pasión: el trabajo. Son personas que tienen de todo, escaso tiempo y en su maleta viaja con ellos siempre la prisa. Sin embargo hay otro tipo de habitantes en el boscaje, no están organizados y parece que son un mínimo, que tienen como tarea fundamental facilitar la vida a los demás. No están, ni les importa, tan bien considerados, a veces tienen escasez de bienes materiales, pero derrochan alegría y tiempo para los otros. Aprendieron que la generosidad les humaniza.
Aquella mañana era especial, preciosa, el sol empezaba a salir. Los pájaros reventaban el silencio, los árboles se desperezaban con torpeza, las nubes habían ocultado sus siluetas y el viento lamía el monte con susurros llenos de paz.
Una mariposa de tonalidades bellas salió de su crisálida con movimientos torpes, lentos, irregulares, espasmódicos. Rápidamente descubrió que no era capaz aún de volar. No entendía ni comprendía cómo otras en su misma situación ya se abatían entre las ramas y las florecillas del bosquecillo.
Un sentimiento de pena, de diferencia, le apresó su corazón, lo cual impedía que intentara de nuevo agitar sus preciosas alas. Lo cierto es que en muy poco tiempo sus alas se habían convertido en membranas más resistentes y fuertes, pero incapacitadas para elevar ese diminuto y frágil cuerpo. Nadie le había enseñado a pedir ayuda, quizás el primer y más importante de los aprendizajes para la vida en el bosque. Como no pidió apoyo, nadie se lo dio. Era terrible que una criatura tan especial y maravillosa no fuera ayudada para volar. Era escalofriante, pero aparentemente en el boscaje todo seguía igual.
Vieron el espectáculo de la mariposa numerosos animales de la espesura, unos sintieron pena, otros, lástima, algunos, los menos, sonrisas, otros, los más, indiferencia, y un grupo fácilmente reconocible por ir siempre en gran grupo, indolencia. Las expresiones más frecuentes fueron: ¡pobre mariposa!, ¡qué desgraciada!, ¡qué miserable!, y una serie de frases hechas de una contundencia moral tan fuerte como dañosa y despreciable.
El cielo empezó a cambiar y unas pequeñas nubes aparecieron en el horizonte, éstas se convirtieron en cirros y cúmulos que manchaban la bóveda celeste con ánimo de regar y limpiar aquella atmósfera irrespirable que entre todos los naturales habíamos creado. El agua caía con intenciones curativas, pero el mal era tan intenso que las gotas se convertían rápidamente en vapor de deseos espurios. La mariposa se encogió aún más. La naturaleza tampoco estaba de su parte y eran ya pocas las posibilidades que tenía para normalizar su vida y poder volar.
A punto estaba de desfallecer. Sentirse incomprendida en la vida, unido a la soledad, produce un vacío del que no sabemos salir los pobladores del bosque, porque no todo es armonía en la naturaleza. Así que los animales frágiles como las mariposas deciden con frecuencia vivir poco tiempo. Era el caso de nuestra candelilla del bosque. El tiempo que le quedaba, pensó que lo dedicaría a desgarrar poco a poco sus alas, y así tener una buena justificación para no poder volar.
Sin embargo el aguacero que había caído en el bosque fue seguido de un viento animoso y suave. Este viento penetró en el corazón de la mariposa removiéndola todas sus ideas frustrantes y limitadoras que había desarrollado en tan exiguo tiempo. Era verdad que el viento removía todo en los originarios de aquel bosque. No tenía un procedimiento para actuar, pero intervenía en los animales con una contundencia inexplicable.
No sé muy bien lo qué ocurrió ni cómo sucedió, pero aquella mariposa voló por encima de flores, arbustos y árboles con una ligereza que ninguno podríamos explicar. Todos los pobladores del bosque quedaron atónitos y se preguntaban cómo había podido acontecer. No había respuesta, aunque ésta se encontraba en el viento. El viento es capaz de modificar las partes de un ser, aunque no sea esto lo que desea hacer. Mover ideas, pensamientos, juicios, tendencias y corazones es lo más hermoso que hay en nuestra tierra y no debiéramos dejarlo en manos del viento. Este era el consuelo que tenían los animalillos de aquel bosque no encantado”.
Sonia, espero que te guste.
Publicado por Ramiro Curieses, Presidente de la Liga Palentina de la Educación, en el periódico CARRIÓN