Este blog pretende ser un lugar de encuentro y consulta complementario de la "Escuela de Familias" puesta en marcha por la Liga Palentina de la Educación, con la colaboración de la Federación de Asociaciones de Madres y Padres de Palencia (FAPA-Palencia).
En el mismo se podrán seguir las actividades que la Escuela vaya programando en los distintos centros públicos de la capital y provincia, así como debatir y consultar sobre los temas que en las distintas sesiones de trabajo se traten.
Igualmente se podrán realizar consultas sobre la problemática que presentan nuestros hijos en las distintas edades por las que pasan durante su periodo formativo.
Si eres poco experto en esto de los blogs, lee en la columna de la derecha el apartado "Si entras por primera vez ...."; te puede ser útil.


viernes, 30 de diciembre de 2011

No son enemigos a los que hay que batir, son nuestros hijos

Acabáis de discutir por el dichoso teléfono, porque la falda es muy corta, por lo tarde que llegaste anoche, por el desorden de tu habitación… si os dijera que durante la adolescencia uno de los objetivos que tienen nuestros hijos es el de hacernos la vida imposible o impedir que la calma habite en nuestras casas, no sorprendería a nadie.
Si hay que llegar a una hora determinada, probablemente lo discutan, lleguen más tarde, se quejen… y también comenzarán a dejar la ropa tirada en cualquier parte, la cama deshecha, se encierran en el lavabo más de media hora y lo dejan desordenado, se tumban en el sofá y miran al techo hipnotizados, pasan de la alegría desbordante a la melancolía sin razón aparente, llueve y salen de casa sin paraguas, la comida se convierte en su enemiga…
A pesar de todo esto, hay que prepararse a convivir con ellos, armándonos de paciencia y buen humor, pues, en el caso contrario, podemos pasar a engrosar perfectamente la categoría de “enemigos a los que hay que batir”. Una adolescente me llegó a decir un día que creía que sus padres se molestaban si se lo pasa bien, otra me comentaba que padecía de adolescencia, que si eso era grave. También he hablado con muchos padres que se referían a sus hijos con expresiones del tipo: ¿cómo nos saldrá este? Como si la adolescencia fuera una enfermedad inevitable que se sabe cuando empieza pero no cuándo ni cómo acaba. En fin, una desgracia como otra cualquiera.


Años delicados, sin duda, pero también llenos de vida y de fuerza. Nuestros hijos han de encontrar en sus padres un refugio seguro donde curar sus heridas de guerra, de guerra abierta contra ellos mismos, por su crecimiento físico y psíquico exagerado, por su explosión a la sexualidad, por su pensamiento emocional a raudales, por el sentimiento de injusticia ante la vida incipiente, por su encuentro consigo mismo en definitiva. Uno de los principales peligros en estos años reside en, entendiéndolo bien, inspeccionar “demasiado” la vida de nuestros hijos. Si queremos ganar todas las papeletas para convertirnos en los padres más odiados, probemos a decirles que la música que oyen es una porquería, a prohibirles usar su pantalón preferido o a exigirles que se echen colonia para ir al instituto.

Existen muchos mitos, enseñados en muchos libros para padres, que afirman que la adolescencia es una etapa traumática, horrorosa, que destroza emocionalmente tanto a los padres como a los hijos. Esto no tiene nada que ver con la realidad. Muchas veces, estos mitos surgen de la experiencia personal negativa de muchos autores, del contacto de la gente con la que se relacionan. Los medios de comunicación desempeñan también un papel importante en la difusión de esta imagen. Muchas noticias que aparecen en estos medios asocian con demasiada frecuencia la adolescencia con la violencia, los disturbios, el consumo de drogas… Recuerdo que en unas jornadas sobre prevención de consumo de drogas en Ávila, unos padres que representaban a una organización veían a todos los adolescentes consumidores empedernidos de sustancias tóxicas, la propia experiencia con sus hijos les hacía tener esa visión tan fatalista y la generalizaban al resto de la población joven.

La responsabilidad de ser padres no está reñida con saber abrir la mano, con tener confianza en su crecimiento, con la negociación ante situaciones menos importantes. Hemos de convertirnos en conductores profesionales que, dependiendo del terreno y de las condiciones, aceleramos o frenamos, cambiamos de marcha o paramos a repostar, pero que hemos de llegar al final del viaje con nuestros hijos al lado, pero no ya en brazos.

Me explicaba hace poco un padre que las expresiones más frecuentes en casa con su hija eran parecidas a estas: “papá, no seas patético”,”vaya chapa me estás dando”, “mamá, estás pasada de moda”. Le comentaba que es este el momento de saber mantener el sentido del humor y aprender a reírnos un poco de nosotros mismos. Es difícil, porque parecen “disparatados” y nosotros tendemos a reaccionar naturalmente con enfado ante semejantes groserías. Pero es importante cultivar una perspectiva un tanto distante (sin llegar a parecer despreocupación) y permanecer tan serenos e impasibles como sea posible, capeando las provocaciones con paciencia. Además, podemos “reírnos” con ellos haciéndoles ver que lo nuestro simplemente era una apreciación bien intencionada, sin ánimo de juzgar.

Las tiranteces entre padres e hijos suelen originarse por una falta de equilibrio entre la libertad y la responsabilidad. Hay que hacer que los chicos y chicas asuman responsabilidades, para así concederles esa libertad que piden. A mayor libertad, mayor responsabilidad; y a mayor responsabilidad, mayor libertad. Al pedir un aumento de paga, se hablará con él de sus necesidades reales y se acordará, por ejemplo, que él ahorre para el cine o para ropa. Si lo hace así, habrá que dejarle que compre un vestido algo más caro, o vaya al cine con más frecuencia.

Hemos de reconocer que en el momento en el que los hijos entran en la adolescencia, las discusiones y los gritos crecen de manera exponencial. Todo lo critican, ante todo se rebelan. A nadie le gusta pasar todo el tiempo bajo un manto de recriminaciones, algo que puede, incluso, hacer perder la confianza depositada en los padres. Por ello, una buena práctica consiste en encontrar al menos algo por lo que alabar o felicitar a los hijos, y hacérselo saber con gracia. “¡Qué bien vestido vas hoy!, te he visto estudiar con mucha concentración, gracias por haberme hecho caso a la primera…”.

No sólo puede hablarse de cosas importantes sentando a los hijos en una silla y colocándose enfrente de ellos. “Hijo, tengo que decirte que…”. Una de las maneras de ayudar a madurar a los adolescentes y que aprendan a convivir consiste en tener unos temas de conversación de interés y amplios de los que puedan hablarse en casa. Los adolescentes han de sentir que se cuenta con ellos, que forman parte de una familia con objetivos comunes. Por eso, habría que darles encargos en el hogar, teniendo en cuenta que deben estimular su autoestima y desarrollar su madurez. Porque, a veces, nuestras “conversaciones” se reducen a notas, críticas, problemas… entrando en un círculo negativo en la comunicación.

Nuestros hijos adolescentes tienen muy desarrollado el sentido de la justicia y de la equidad y, por eso, una causa de los conflictos es la incoherencia en las normas o su arbitrariedad. Los adolescentes, como todos nosotros, necesitan saber qué se espera de ellos. En concreto, deben saber, antes de que ocurra, qué consecuencias derivarán de su desobediencia o negligencia. No les humillan las reglas, si son sensatas, proporcionadas: lo que les humilla es la arbitrariedad, la incoherencia y la excesiva severidad de los castigos que se imponen acaloradamente sin ninguna reflexión. Si el castigo está pactado de antemano, se cortan de raíz ese tipo de discusiones.

Me gustaría finalizar diciendo que todos podemos aprender mucho de los errores. No se acaba el mundo si nuestro hijo vuelve a casa algo bebido. Hay que actuar con rapidez y decisión para atajar el problema, pero no es el fin. Los hijos han de ver que sabemos distinguir entre lo que es su comportamiento y lo que son ellos mismos. Por esa razón, decir a los hijos que uno se siente defraudado es mucho más efectivo que la explosión de violencia: “estamos dolidos porque nos has fallado, pero confiamos en que no cometerás el mismo error dos veces”.
Recuerda que no eres nuestro enemigo, sino la persona a quien más queremos.

Publicado por Ramiro Curieses, Presidente de la Liga Palentina de la Educación en el periódico CARRIÓN

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