Este blog pretende ser un lugar de encuentro y consulta complementario de la "Escuela de Familias" puesta en marcha por la Liga Palentina de la Educación, con la colaboración de la Federación de Asociaciones de Madres y Padres de Palencia (FAPA-Palencia).
En el mismo se podrán seguir las actividades que la Escuela vaya programando en los distintos centros públicos de la capital y provincia, así como debatir y consultar sobre los temas que en las distintas sesiones de trabajo se traten.
Igualmente se podrán realizar consultas sobre la problemática que presentan nuestros hijos en las distintas edades por las que pasan durante su periodo formativo.
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miércoles, 2 de mayo de 2012

Papá, ¡estoy muy triste!

Publicado por Ramiro Curieses Ruiz, Presidente de la Liga Palentina de la Educación, en el periódico CARRIÓN. 02/05/2012

Palencia se despertó el pasado miércoles dieciocho de abril conmocionada por la muerte de Juan Delgado en su condición de hijo, hermano, amigo y alumno del instituto Alonso Berruguete. Juan tenía dieciocho años. Una noticia así hace que se tambalee todo nuestro “edificio emocional”, que sintamos profunda e íntimamente dolor y pena. “La pena tizna cuando estalla” escribió Miguel Hernández en un poema precioso titulado “Umbrío por la pena” La pena y el dolor estalló en la ciudad como pocas veces he vivido y conocido. La muerte es una realidad cuanto menos inquietante, que pasamos toda la vida tratando de mantener a raya, pero ese día, nos traspasó a todos.


Abordar la muerte de un ser querido, ponerle palabras a este suceso no resulta nada fácil y menos aún si se trata de comunicárselo a los más pequeños. Sin embargo, la muerte es un hecho inevitable de la vida, es decir, todos los seres humanos hemos de enfrentarnos a ella, por ello es importante educar a nuestros pequeños de tal forma que les ayudemos a afrontar esta realidad de la mejor forma posible. Esconder, silenciar, o dar respuestas erróneas sobre lo que sucede a nuestro alrededor hará que la experiencia de la muerte, además de resultar sumamente dolorosa, pueda convertirse en algo patológico.

Los niños acusan la muerte de sus seres queridos, sienten y se preguntan muchas cosas. Sus temores, sus dudas, sus interrogaciones y especialmente su dolor y tristeza tienen que ser escuchados y comprendidos. Lo habitual es que como padres nos hagamos este tipo de preguntas: ¿cómo le explicamos a un niño lo que ha sucedido?, ¿los niños entienden lo que es la muerte?, ¿es mejor decírselo o no?, ¿qué tenemos que responder si nos preguntan?, ¿los niños también hacen duelo? ¿es aconsejable que nos vean tristes?, etc.

Hoy en día, en nuestra sociedad occidental, hablar de la muerte a los niños es casi “de mal gusto”. Evitamos de muchas formas y por todos los medios mirar de frente a este hecho natural de la vida. Se tapa, se oculta y se aleja, como si morir fuera en realidad una equivocación o un error que no tiene por qué pasar. Incluso la palabra “muerte” o “morir” nos incomoda y por eso usamos eufemismos: “se ha ido a un largo viaje”, “ahora está en otro lugar”, “descansa en paz”. Excluimos a la muerte de la vida y, con ella, también la experiencia del que está en duelo. Distanciamos la muerte porque a todos los seres humanos nos inquieta y nos angustia enfrentarnos a ella.

Recuerdo siendo niño cómo la muerte formaba parte de la vida cotidiana de las personas. Se moría en casa, rodeado de toda la familia, adultos y niños. Todos veíamos lo que había pasado, todos comprobábamos el hecho natural de morir, con dolor, con aflicción, con desconsuelo o con tranquilidad, pero el hecho mismo de morir se hacía presente y el dolor por la muerte era compartido y acogido por todos, adultos y niños. ¿De verdad apartando a los niños, intentando que no sepan o no vean, dejan de sufrir?

¿Estamos seguros de que protegemos a nuestros hijos apartándolos de esta realidad?

Los papás nos angustiamos mucho cuando vemos a los hijos enfrentarse a la idea de la muerte y tratamos rápidamente de atenuar sus efectos. Por su parte, los niños, al percibir nuestra angustia, se dan cuenta de que es mejor no preguntar, lo que no significa que su deseo de saber quede calmado, sino todo lo contrario: su inquietud puede aumentar al ver la incomodidad e intranquilidad que sus preguntas generan en el adulto: “Si a papá no le gusta que le pregunte estas cosas, debe de ser porque es algo horrible, muy feo y debe de estar muy mal hecho”. En ocasiones tenemos esta clase de conversaciones con nuestros hijos: – “Mamá, en el colegio nos ha dicho la maestra que el papá de Raúl está muy malito, ¿se va a morir?”.

- “Pero, ¿por qué te dice esas cosas? No te preocupes, que ya hablaré yo con tu maestra, vete a jugar”. “Bueno, hijo, no te intranquilices que eso no va a ocurrir”. – “Ahora no pienses en eso, todavía eres muy pequeño” -¿Y tú mamá, te vas a morir? -”Mamá no se morirá nunca”. Responder así es alimentar una negación que en un inicio parece que consuela al hijo, pero que en realidad es insostenible. El niño es posible que alimente fantasías del tipo: “Mi mamá nunca va a morir, porque yo voy a ser siempre un niño muy bueno”.

Papá,- ¡estoy muy triste! porque mamá ha muerto- decía un niño de seis años mientras escuchaba un cuento que su papá le contaba por la noche. Su padre intentaba tranquilizarle permitiéndole que hablara del hecho. Esta conversación sabía que era necesaria y que le haría muy bien. También al padre le ayudaba. – “Papá, si mamá ya no me ve y yo tampoco a ella, ¿mamá no es nada, no existe?” – “No, hijo, mamá es muchas cosas, es todos los recuerdos que tenemos de ella, es todo lo que hemos compartido y todo lo que nos ha querido y enseñado. En mis recuerdos la veo viva, como siempre”. – “Pero ella no está viva, se ha muerto, su cuerpo ya no está y ella tampoco”. –“No, no está viva, pero está en todos los recuerdos que tengo de ella. A mí me ayuda pensar que está en mi corazón”. – “Ella me cantaba antes de dormir”. -”Sí, a eso me refiero, hijo, ese es un recuerdo de mamá que puedes tener siempre contigo”.

Cuando las personas morimos, empezamos a vivir en el recuerdo de los que nos han querido, y así es como tenemos que hacérselo entender a los niños.

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