RAMIRO CURIESES RUIZ
Tuve la suerte de tener como
padre a un hombre que educaba con el ejemplo. Pocas veces me sermoneó y la gran
mayoría de ellas me regalaba algún refrán que luego me explicaba. Empiezo a
tener un poco de nostalgia de esos padres que aunque carecían de estudios sí
tenían como prioridad tener hijos e hijas bien educados. Aquellos padres
parecían algo distantes de la tarea formadora, no estaban tan presentes en
nuestras actividades escolares y de calle, pero esa escasa presencia era
suficiente para proporcionarnos una educación básica. Eran padres que marcaban
claramente los límites y las normas que nunca debíamos traspasar.
Es cierto que
era toda la sociedad la que tutelaba, de ahí que algunos subrayemos la
importancia de la comunidad a la hora de educar: “para educar a un niño es
necesaria toda la comunidad”. Ahora hay una esquizofrenia en la dedicación a
los hijos, una gran mayoría de familias están mucho más presentes en su
educación, incluso demasiado, y otras, las menos, totalmente desaparecidas.
Sigue habiendo familias que siguen pensando que los hijos e hijas se educan
solos, quizás sin ser muy conscientes de los destrozos que causa esa carencia
en la adolescencia de los mismos.
Sin dejar esto de lado, observo también con
cierta preocupación el exceso de implicación en la educación de los hijos e
hijas de algunas familias. Esto tiene consecuencias tan devastadoras como la
ausencia de implicación. Familias que invaden y manipulan la infancia diseñando
unas rutas de actividades encaminadas muchas de ellas a satisfacer privaciones
personales en las que proyectan sus intereses y no los de ellos y ellas. Son
hijos que tienen la agenda diaria repleta de citas, clases, actividades, y poco
tiempo para ser hijos. Este exceso de implicación a veces lleva consigo la ausencia
de sanciones ante comportamientos indeseables ya que ante tanta ocupación no
sería cómoda la reprimenda.
Llevo ya treinta y dos años dedicándome a la
educación de niños y adolescentes y habré entrevistado más de dos mil escolares
con sus familias, sin embargo observo con preocupación que en los últimos años
se está dando un cambio de tendencia. Advierto y analizo comportamientos y
actitudes de familias que no quieren provocar la más mínima frustración ni
revés a sus progenitores, desencadenando en estos unas respuestas cargadas de
mucha acción y de muy poca reflexión. Son familias que tienden a justificar
cualquier conducta y proceder con tal de no enfrentarse a los hijos y éstos no
interiorizan valores fundamentales como el respeto y el autocontrol. Durante el
último mes, dos familias han tenido que acudir al instituto por diferentes
motivos relacionados con conductas negativas para la convivencia realizadas por
sus hijos y las dos han tratado de argumentar ante las explicaciones de
jefatura de estudios que la palabra de sus hijos es tan válida como la del
profesor que trató de sancionarlas. Es evidente que la palabra de sus hijos
negaba totalmente dichas conductas. Estos padres quizás desconocen que sus
hijos están creciendo bajo el paraguas de una moral que les va a permitir hacer
a su antojo y manejar las situaciones y a las personas con las que vivan de una
forma tiránica.
Aldo Naouri reconocido pediatra, psicoanalista y pedagogo
francés, experto en relaciones interfamiliares y autor del libro “Padres
permisivos, hijos tiranos” considera que estamos siendo demasiado blandos con
nuestros hijos y que debemos volver a la disciplina y al rigor y que no por
ello nos van a querer menos. Asimismo Martin Seligman, al realizar sus estudios
sobre la depresión, consideró extraño que niños educados en el estilo educativo
basado en el rechazo a provocar el menor trauma o frustración en la infancia
diera como resultado unas generaciones de adultos proclives a la depresión. En
la década de los 50, Donald Winnicott, reconocido pediatra y psicoanalista, ya
estudió las manifestaciones antisociales infantiles. Insistía en un punto:
cuanto más se tarda en poner límites, más difícil es llegar a reparar una
situación y más difícil resulta instalar la disciplina necesaria para frenarla.
Didier Pleux, doctor en Psicología del Desarrollo, nos expresa que lo que hay
que comprender es que amar es también saber decir “no”. Autor del libro: “Del
niño rey al niño tirano”, nos habla de la “buena autoridad”.
La buena
autoridad, nos dice que consiste en amar, estimular, acompañar, proteger, para
favorecer la eclosión de la personalidad. ¡Pero también se asienta en exigir,
frustrar, controlar y sancionar! Pues, para que el niño se construya, es
necesario el amor y, a la vez, la frustración.
Yo de niño era muy cantarín,
tenía por costumbre tararear las canciones que aprendía, lo solía hacer en
cualquier situación, también en la mesa mientras comíamos. Un día mi padre me
dijo con voz seria: “el que come y canta algún sentido le falta”. No necesité
más explicaciones, su mirada y su tono eran claros. Jamás volví a cantar
mientras comíamos, no me frustré, y eso no ha impedido que cante en la ducha
casi todos los días.
Publicado en CARRIÓN. 29.02.2016
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