Ramiro Curieses y Pedro Uruñeela en las Jornadas de Granada |
Durante el viaje de regreso, –Granada-Palencia da para mucha conversación–, tuve la suerte de compartir experiencias con algunos compañeros que habíamos asistido a estas jornadas y me acordé del cuento que escribió Eduardo Galeano “El mar de fueguitos” ya que la conversación giró sobre las diferentes formas de entender y comprometerse en la tarea educativa. La historia que escribió Eduardo dice:
“Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, subió al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
- El mundo es eso –reveló–. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear. Y, quien se acerca, se enciende”.
Es de sobra sabido que entre los maestros hay una gran variedad de fueguitos. Hay profesores serenos, cumplen fielmente con la ley, son trabajadores y estrictos, se ganan el jornal, están dispuestos al cambio aunque la seguridad que tienen en su profesionalidad les hace ser resistentes; hay otros más locos, llenan la cabeza de los adolescentes de aprendizajes poco funcionales, son inconstantes, capaces de lo mejor y de lo peor, se puede contar con ellos en muy pocas ocasiones; hay profesores funcionarios, los centros educativos no les echan de menos cuando se van, los alumnos apenas se acuerdan de ellos, el reloj es su mejor aliado, están muy poco comprometidos con las personas y el sueldo es un dios al que adoran; pero hay otros que trabajan con tanto entusiasmo que quien se acerca a ellos se ilusiona, decidieron expulsar a la pereza de sus vidas, están comprometidos, saben que trabajan con personas y su mayor esperanza es contribuir a hacer un mundo más justo.
A este último colectivo pertenecen el grupo de compañeros con los que hice el viaje de regreso. El entusiasmo, el optimismo, la ilusión, el compromiso, la dedicación, pero especialmente su creencia en que la educación y la cultura tienen un valor decisivo para la promoción social de las personas les hace diferentes. Sus señas de identidad son la confianza en el que aprende, la erudición, da gusto hablar con ellos, tienen y sienten pasión por su labor, con frecuencia revisan su quehacer y someten su trabajo a la crítica. Es más sorprendente aún saber que algunos de ellos están a punto de alcanzar la jubilación y sin embargo mantienen una responsabilidad y compromiso con la comunidad educativa admirable.
Yo quiero pertenecer a este grupo de personas, yo quiero ser de esa escuela, ese es el fueguito que deseo.
Después de cruzar Despeñaperros y entrar en la gran meseta, uno de los compañeros relató la siguiente escena escolar diciendo que él la había mantenido en su memoria de forma activa. Yo la escuché con mucha atención:
“Un niño está en la escuela. Se muestra atento. El maestro en tono firme se ha dirigido a los alumnos diciendo: -dibujen esta mariposa- mariposa que él había pintado en la pizarra. Mientras esto ocurre dentro del aula, fuera una linda candelilla de colores preciosos revolotea detrás de los cristales. Carlitos, así llamaremos al protagonista, dirige su atención hacia la mariposa. Se ha concentrado tanto en el vuelo del animalillo que su imaginación le ha permitido construir una historia preciosa. El profesor, al darse cuenta del estado en el que se encuentra el niño, le dice: – Carlitos, como siempre estás en la luna. Dibuja la mariposa y aplícate. Carlitos, en silencio, piensa que el maestro es un insensible a la naturaleza viva. ¿Cómo es posible que no se de cuenta de la mariposa que aún revolotea en el alfeizar de la ventana? El maestro revisa los trabajos y descubre que la mariposa de Carlitos no es la que él ha dibujado en el encerado. Como siempre ocurre en estos casos el castigo ha sido duro. Carlos se pasa el recreo copiando mil veces: “Debo hacer caso al maestro”… D. Luis piensa que le ha dado una lección que nunca olvidará. Los padres de Carlitos dicen que D. Luis es un magnífico maestro. Carlitos no entiende nada, se había limitado a dibujar la mariposa real…."
Cuando terminó el relato se hizo un silencio cómplice. Nadie hablaba, pero todos pensábamos. En esos instantes rompí el sigilo diciendo:
-No quiero ser un D. Luis, no quiero ser insensible, pero fundamentalmente no quiero dar lecciones para que nunca se olviden, deseo dar lecciones para que sean siempre revisadas. Las mariposas reales siempre deben ser más importantes que las dibujadas. Por cierto, mientras este pensamiento se grababa en mi mente, una preciosa mariposa revoloteaba alegre en el infinito.
Quiero agradecer al periódico CARRIÓN la oportunidad que me ha dado de colaborar en esta sección de la mirada crítica durante estos meses. ¡Gracias!
Publicado en el periódico CARRIÓN, por Ramiro Curieses, presidente de la Liga Palentina de la Educación y la Cultura Popular y director del Instituto Canal de Castilla de Villamuriel de Cerrato